Diócesis San Patricio De Irlanda
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El SEPTIMO MANDAMIENTO

No robarás.

Prohibe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes.

Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común, exige el respeto del destino universal de los bienes y el derecho a la propiedad privada.

Es pecado, por tanto, el robo, la usura, el fraude, la estafa, la trampa, etc. y además queda la obligación de devolver lo robado: la injusticia cometida exige reparación.

A partir del séptimo mandamiento, la Iglesia pronuncia también un juicio en materia económica y social cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas.

La doctrina social católica señala las normas para una justa convivencia entre individuos, organismos y naciones. El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social . La dignidad de la persona humana exige la condenación de sistemas esclavizantes como son el "capitalismo salvaje" y el comunismo.

El derecho a la propiedad privada no puede desentenderse de los seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, sin esperanza. La justicia social y la caridad cristianas nos obligan a oír en los desposeídos la voz de Jesús que dice: "Cuanto dejásteis de hacer con uno de estos, también conmigo dejasteis de hacerlo" (Mt.25,45).

EL OCTAVO MANDAMIENTO:

No levantarás falso testimonio ni mentirás.

La mentira tiene muchas manifestaciones: hipocresía, que es mentira de obra; traición, que es fingir amistad; adulación, que es exagerar los méritos de alguien; revelar sin necesidad a defectos ajenos, que es detracción; la calumnia que es inventar faltas ajenas; la contumelia que es insultar; expresar juicios temerarios o sea sin ninguna evidencia; la demagogia , que es la mentira política para dominar al pueblo, etc.

El octavo Mandamiento nos ordena decir la verdad inteligentemente, en su lugar y tiempo; refrenar la lengua, cuidar el buen nombre de los demás, reparar el daño causado

por alguna mentira o calumnia y también el denunciar valientemente las faltas del prójimo para evitar daños mayores o para salvar sus almas.

EL NOVENO MANDAMIENTO:

No desearás la mujer de tu prójimo.

Aunque el texto está dirigido a los hombres, también debemos entender la prohibición de desear el marido de otra mujer. Quiere Dios que respetemos hasta con los pensamientos y deseos la santidad del matrimonio: "Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre" (Mt. 1 9,6). por eso añade tajantemente: "Quien mira con malos ojos a una mujer, ya adulteró en su corazón" (Mt.5,28).Este Mandamiento nos pide limpieza en la mirada. Exige igualmente el pudor de corazón,la pureza preserva la intimidad de la persona. El pudor es modestia: inspira la elección de la vestimenta, evita el riesgo de una curiosidad malsana.

La permisividad de las costumbres se basa en una concepción errónea de la libertad humana y el divorcio, entendido como liberación de los compromisos matrimoniales, está en contra de la voluntad de Dios: "Yo les digo que el que despide a su mujer, fuera del caso de unión ¡legítima y se casa con otra, comete adulterio" (Mt. 1 9, 1 0).

Quiere el Noveno Mandamiento prevenir de antemano el peligro del adulterio, con todos los males que acarrea. Los malos deseos nacen del corazón y es por eso que la lucha contra la concupiscencia requiere del pudor, de la virtud de la templanza, la práctica de la castidad y la oración. Es necesario reforzar los buenos deseos con la comunión frecuente y la reconciliación periódica.

El DECIMO MANDAMIENTO

No codiciarás las cosas ajenas.

Del mismo modo que se previene el adulterio evitando los malos deseos, Dios nos ordena evitar la codicia para prevenir los robos. La codicia tiene su origen, como la fornicación, en la idolatría de cosas terrenas, éste Mandamiento prohibe por tanto la avaricia y el deseo de poseer inmoderadamente bienes terrenos. Exige desterrar la envidia, que es un pecado capital: tener tristeza ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida.

En muchas ocasiones Jesucristo advirtió a sus discípulos el peligro de la avaricia y la necesidad del desprendimiento de las riquezas: "Nadie puede servir a Dios y al dinero" (Mt.6,24) "Bienaventurados los pobres de espíritu" (Mt.5,3); "Aquel que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo" (Lc - 14,33).

Nada más alejado del espíritu evangélico que "el consumismo" que nos lleva al deseo de poseer cuanto vemos en el mercado, sacrificando para ello los valores espirituales. La liturgia en repetidas ocasiones pone en nuestras mentes oraciones como la siguiente: "enséñanos, Señor a no poner nuestro corazón en las cosas pasajeras sino en los bienes eternos" (Postcomunión del primer domingo de Adviento).

Jesucristo dijo: "Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (Mt.6,2l). El desprendimiento de las cosas no será verdadero si queda en teoría: el cristiano sabe compartir generosamente sus bienes, sean pocos o muchos.

 

TERCERA PARTE:

LAS BUENAS OBRAS.

La moral católica, inspirada en la palabra de Dios, no consiste solamente en evitar el pecado, sino en practicar toda clase de buenas obras. Entendemos por ello todas las acciones Que viviendo en gracia de Dios, hacemos con intención de agradarlo y pueden ser de tres clases: las que tienen por objeto directo la gloria de Dios, como participar en la eucaristía o la oración; las que benefician al prójimo y son llamadas obras de misericordia y las que hacemos en beneficio propio, como instruirnos en religión, frecuentar los sacramentos, etc....

Respecto a las obras de misericordia, tenemos que recordar el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, en donde el Señor al describirnos el juicio final, nos hace ver que seremos juzgados por nuestra actitud ante los hambrientos, desnudos, enfermos, prisioneros, etc.

Podemos añadir que la más excelsa obra de misericordia es la de instruir en religión a los que nos rodean, pues del conocimiento de Dios y su obra en nosotros, fluirá por su propio peso todo lo demás. Nada mejor que difundir los Folletos EVC que en pequeñas dosis, nos exponen toda la riqueza inconmensurable del catolicismo.

 

LOS MANDAIMIENTOS DE LA IGLESIA.

La Iglesia es "experta en humanidad" según feliz frase de S.S. Paulo VI y siendo madre y maestra, conociendo la fragilidad humana, para ayudar a sus hijos a cumplir nuestros deberes cristianos, con todo derecho, añade al Decálogo, cinco, mandamientos más, emanados ya no del Antiguo Testamento (en aquel entonces no existía la Iglesia ni había sacramentos), sino del Evangelio aplicado a la vida del cristiano.

 

1.- Asistir a Misa entera los Domingos y Fiestas de guardar.

Hemos visto, al hablar del tercer mandamiento del Decálogo, lo que significa "santificar las fiestas". La obligación de asistir a Misa y comulgar en ella, no fue establecida por la Iglesia ya que el mismo Señor Jesús dijo "si no coméis la carne y bebéis la sangre del Hijo del Hombre, no tendréis vida en vosotros" (Jn.6,53). La Iglesia, con su liturgia, no tan solo adora a Dios y honra a los santos, sino que instruye y santifica maravillosamente al pueblo fiel. Es hermoso y vivificante seguir con fidelidad el desarrollo del año litúrgico, en el que la Iglesia nos expone muy aptamente todas las verdades de la fe y nos las hace vivir actualizados.

Los cristianos sin instrucción religiosa, por no apreciar la Santa Misa, recurren a otras devociones, que siendo totalmente secundarias, no tienen comparación posible con la liturgia, oficial de la Iglesia: peregrinaciones, novenas, imágenes, cadenas, escapularios y medallas, veladoras, flores, cohetones y bandas, ¿qué son sin la eucaristía?

2.- Confesar a lo menos una vez al año por la cuaresma, o si se está en peligro de muerte, o si estando en pecado grave se quiere comulgar.

Sabe muy bien la Iglesia nuestra fragilidad: ¿cuántas faltas, leves o graves pueden acumularse en un año? La cuaresma es el tiempo indicado para hacer un buen examen de conciencia y preparar la comunión del domingo de resurrección.

Hay momentos (un viaje en avión, una operación quirúrgica) en que la vida peligra. Hay oficios o profesiones que son un constante peligro (toreros, aviadores, bomberos, etc.) y es una verdadera inconsciencia exponerse a la condenación eterna por no confesarse.

No podemos comulgar en pecado mortal: "Si alguien come el Pan y bebe de la Copa del Señor indignamente, peca contra el Cuerpo y la Sangre del Señor. Por eso, que cada uno examine su conciencia antes de comer del pan y beber del cáliz. De otra manera come y bebe su propia condenación" (1 Cor. 11,27-29).

Así pues, no podemos dejarnos llevar por un impulso de tipo emocional. Debemos saber distinguir entre pecados veniales y mortales y en este segundo caso, recurrir al sacramento de la reconciliación antes de atrevernos a comulgar el Cuerpo del Señor.

3. Comulgar por pascua florida.

Habiéndonos confesado durante la cuaresma, debemos acercarnos a la eucaristía en el tiempo de la pascua, que se extiende desde el domingo de resurrección hasta pentecostés. Este tiempo siempre cae en primavera y por eso se denomina "florida". ¡Qué pena que la Iglesia tenga que ordenarnos una comunión al menos al año! un buen católico comulga todos los domingos y hay muchas almas hambrientas de Dios que lo hacen todos los días.

 

4. Ayunar cuando lo manda la Santa Madre Iglesia.

Siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor y de todos los grandes maestros de espiritualidad, el cristiano debe ser capaz de hacer penitencia para dominar sus pasiones. El ayuno que la Iglesia nos pide consiste en no tomar al día sino una comida completa. Tanto en la mañana como en la noche, se puede tomar algo ligero.

También existe lo que llamamos "vigilia" que significa privarse de carnes rojas, pudiendo ser sustituídas por pescado y similares.

¡Cuántas personas se privan de muchas cosas simplemente por tener una figura esbelta!...

5. Pagar Diezmos y Primicias a la Iglesia.

Desde el Antiguo Testamento los ministros del culto en el templo, por no tener tierras en posesión, recibían de las demás tribus de Israel, la décima parte de sus animales y cosechas. Además todos ofrecían a Dios los primeros frutos del año.

La Iglesia, para los enormes gastos que soporta, no pide a los fieles el diez por ciento de sus ingresos, sino tan solo la 365ava parte de ellos, o sea, los ingresos de un día al año. ¡Bien poco en realidad!

Los Obispos administran el diezmo repartiéndolo entre las múltiples obras diocesanas, de las cuales tal vez la más importante es ayudar al sostenimiento del seminario donde 100 o 200 muchachos se preparan largos años para el sacerdocio. Cada seminarista cuesta mensualmente aproximadamente $1,000 y la colecta anual "para el seminario" es tan raquítica, que hay que completarla con el diezmo.

La Iglesia no acostumbra anunciar con bombos y platillos sus obras de caridad, pero en todas las diócesis existen orfanatorios, casas de cuna, asilos de ancianos, escuelas, etc. que reciben ayuda del obispo.

Además hay que pagar sueldos a sacerdotes, religiosas y laicos que trabajan tiempo completo en las diversas dependencias de la administración diocesana.

Para ayudar a sostener las obras de caridad a nivel mundial, se hacen dos colectas anuales: DOMUND para las misiones y el Obolo de San Pedro, que se destina a los gastos del Vaticano.

Recomendamos la atenta lectura del Folleto EVC Nº 635 titulado "El dinero de la iglesia" en donde se muestra claramente la magnitud de los problemas financieros de nuestra Iglesia y damos carpetazo al mito "de las riquezas de la Iglesia".

Los católicos ¿quién más? debemos contribuir generosamente (¿por qué nada más con lo mínimo?) al sostenimiento de nuestra Iglesia para que pueda cumplir con su vocación: evangelizar a todo el mundo.

 

CUARTA PARTE:

MEDIOS DE SANTIFICACIÓN.

Hemos visto anteriormente cómo el designio maravilloso de Dios acerca del hombre es nada menos que divinizar su existencia por medio de la PARTICIPACIÓN EN SU VIDA DIVINA, que llamamos GRACIA SANTIFICANTE.

Los mandamientos, tanto de la ley de Dios como los de la Iglesia, nos indican el camino seguro para poder vivir en gracia de Dios.

Pero somos terriblemente frágiles. Nos asaltan a cada instante las tres grandes tentaciones de todo ser humano: placer, riqueza y poder. Por eso Jesucristo sale a nuestro encuentro por medio principalmente de los SACRAMENTOS que nos comunican su vida Divina y la acrecientan sin cesar.

Los sacramentos son aquellos actos sagrados instituidos por Nuestro Señor Jesucristo y que la Iglesia agradecida y fiel, repite en su nombre hasta el fin del mundo, santificando a todas las generaciones de creyentes cristianos.

Es de todos sabido que el primer sacramento que se recibe es el bautismo y que a partir de ese momento la vida Divina está en nosotros, pero todos los demás sacramentos confieren la gracia, cada cual, a su manera, divinizando cada vez mas nuestra existencia.

Si con el BAUTISMO nacemos a la gracia, con la CONFIRMACIÓN la robustecemos y adquirimos la madurez cristiana; alimentamos nuestra alma con la SAGRADA EUCARISTÍA, sabiendo que quien no se alimenta, muere; con el sacramento de la RECONCILIACIÓN podemos recuperar la gracia si la hubiéramos perdido por un pecado mortal; en los momentos difíciles de la enfermedad o del peligro de muerte, la UNCIÓN DE LOS ENFERMOS no solamente aumenta la gracia en nosotros, sino que puede obtener la salud física del enfermo.

Cuando llega el momento del amor y se piensa en fundar una familia, el MATRIMONIO SACRAMENTAL santifica y diviniza el mismo amor humano.

Y si el Señor, como en Galilea, llama a un joven al sacerdocio, el ÓRDEN SAGRADO le confiere los poderes divinos del mismo Cristo.

Toda nuestra vida debe estar orientada a la vida en gracia, ya que éste es el destino querido por Dios al crear el cosmos. Vivir privados de la gracia de Dios es frustrar la obra de Dios en nosotros y es un suicidio eterno. Siendo pues, los sacramentos, los conductos ordinarios por los cuales Dios diviniza nuestra alma, la vida del cristiano debe ser EMINENTEMENTE SACRAMENTAL. Desde el maravilloso momento de nuestro bautismo hasta nuestros funerales, debemos estar alimentando nuestra alma con los sacramentos.

 

Otras Devociones.

Sin embargo, en la Iglesia católica encontramos una enorme gama de apoyos espirituales aparte de los sacramentos propiamente dichos.

El primer apoyo es la Iglesia misma. Somos una comunidad. No somos cristianos aislados. Maravillosa sensación la de sentirnos unidos por la fe no tan solo en nuestra propia parroquia sino en todo el mundo. El católico se identifica inmediatamente con católicos de otras razas, de otros idiomas. En nuestro mismo barrio, está la Iglesia de Jesucristo animada y santificada por el cura párroco. Les recomendamos ampliamente el Folleto EVC Nº 629 titulado "Mi Parroquia" que ayudará a comprender el papel de la comunidad parroquial.

En la parroquia encontramos no solamente la dirección atinada del sacerdote, sino además asociaciones y movimientos que nos permiten crecer en la fe, instruirnos en religión, actuar en grupos para auxiliar a nuestros vecinos en lo que llamamos obras de misericordia, que abarcan desde las necesidades espirituales hasta las corporales.

La Iglesia siempre ha defendido el culto a los Santos a través de las imágenes que los representan. Cristo de ninguna manera prohibe las imágenes, siendo El mismo "La Imagen perfecta del Dios invisible (Col. 1,15). No tiene nada de malo adornar nuestras capillas y casas, con imágenes del Señor, de la Santísima Virgen o de nuestro Santo Patrono, ya que ellas nos recuerdan y hacen presentes las infinitas misericordias, que Dios ha obrado en nosotros y en los que nos han precedido y ya gozan de su visión eterna.

Es también en la Iglesia católica, Madre y Maestra, en donde recibimos la Palabra de Dios. Ella es la que nos entrega los libros del Antiguo Testamento heredados de Israel, la que nos escribió el Nuevo Testamento, la que nos transmitió a través de los siglos, copiándola pacientemente y con toda fidelidad en los monasterios europeos, la que pone ahora a nuestra disposición las diversas ediciones garantizadas por los Señores obispos y la que por fin nos facilita la correcta interpretación de la Biblia con la autoridad del magisterio eclesiástico en los diversos cursos bíblicos.

Recordemos que ya el primer Papa, San Pedro, nos advierte que "Nadie puede interpretar a su gusto una profecía de la Escritura, ya que ninguna profecía proviene de una decisión humana, sino que los hombres de Dios hablaron movidos por el Espíritu Santo" (11 Pe.1, 20-21).

Es por eso que los protestantes yerran al aplicar el principio luterano de la "libre interpretación de la Biblia" y cada secta enseña cosas diferentes, ausentes de todo control y veracidad. Solo en la Iglesia y con la Iglesia católica podemos tener la seguridad de interpretar correctamente la palabra de Dios.

Gran auxilio para el cristiano es el seguimiento del año litúrgico, en el cual la Iglesia nos presenta no tan solo las verdades fundamentales de la religión, sino que en las fiestas de la Santísima Virgen y cielos santos nos invita a seguir las huellas de los que supieron vivir en Gracia divina y ahora son nuestros maestros e intercesores.

No podemos dejar de mencionar ciertas tradiciones y costumbres que llamamos "religiosidad popular" y que la iglesia respeta y trata de orientar hacia la vida sacramental. El pueblo fiel expresa su fe de mil maneras, muchas de las cuales son realmente positivas y enmarcan la vida cotidiana acercándonos a Dios.

Pero también existen algunas tradiciones que han perdido su carácter auténticamente cristiano y se han dejado impregnar de otros ritos o creencias, ajenas al Evangelio. La ignorancia religiosa hace que nos desviemos y pongamos nuestra esperanza y nuestra fe en cosas secundarias, no sacramentales o francamente supersticiosas.

Entre las devociones útiles podemos mencionar las peregrinaciones, las novenas o triduos, sobre todo si van acompañadas de la reconciliación y la comunión.

Son en cambio totalmente reprobables ciertas devociones como las "cadenas" que rayan en la superstición.

 

CONCLUSIÓN

 

El catolicismo, fundado por Nuestro Señor directamente, es la única religión verdadera y contiene todo lo necesario para la obtención de nuestro último fin: la Gloria Eterna.

1.- Verdades reveladas por Dios (DOGMA), que debemos creer por la misma fuerza de ser verdaderas.

2.- Mandamientos ordenados por Dios para nuestro bien (MORAL) que debemos obedecer para salvarnos.

3.- MEDIOS DE SANTIFICACIÓN para poder dominar nuestras malas inclinaciones y obtener la vida Divina que Dios nos ofrece (SACRAMENTOS Y DEVOCIONES).

El verdadero católico es el Cristiano por excelencia. Y al mismo tiempo el que quiera ser auténtico Cristiano, debe pertenecer a la Iglesia católica.

Por desgracia se da el caso de muchos "católicos" que en realidad son muy poco cristianos. Su vida personal deja mucho que desear y son un escándalo para todos. No viven en la gracia de Dios, no frecuentan los sacramentos y basan su pobre religiosidad en prácticas externas, que no los comprometen a cambiar de vida, a convertirse a Dios. Es más cómodo llevarle veladoras a una imagen que confesar los pecados a un sacerdote que seguramente exigirá cambios profundos.

Hay que reconocer que junto a esos malos católicos, hay protestantes de una vida intachable. Alejados de los sacramentos, encuentran sin embargo en la Biblia la fuerza necesaria para portarse bien. No es de extrañar, por lo tanto, que personas ignorantes en religión, se sientan atraídas a una secta que parece ser más eficaz que el catolicismo.

Quiera Dios que tanto los católicos, como los demás Cristianos separados, busquemos honestamente la verdad de Cristo y nos encontremos todos en la gracia de Dios y al final en la casa del Padre Eterno.
 

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